Si el norte fuera el sur
Puede parecer increíble que algo tan natural y extensivamente conocido como el punto cardinal Norte tenga un origen más parecido a un cuento que a un desarrollo científico. En la edad media, era necesario fijar el norte para navegar. A pesar de querer saber dónde estaba, no tenían interés de viajar en esa dirección. Las nuevas fronteras se encontraban al este y la madre patria al oeste. Nos movíamos como péndulos, oscilando sin preocuparnos donde nace la cuerda que nos sostiene.
En un mapa, al igual que la mayoría de cosas perennes en el tiempo, sus elementos, orientación, dimensiones y convenciones se han sostenido en su simpleza, facilidad de uso y entendimiento. Seguramente estas fueron algunas de las características que Gerard Kremer, más conocido como Gerardus Mercator, consideró vitales en su trabajo.
No es extraño que Mercator haya ubicado el este y oeste a los extremos del mapa, puesto que el mundo se estaba "extendiendo" en esa dirección. Dibujar un mapa no era como escribir un pergamino de texto, el cual se podía extender verticalmente manteniéndolo funcional. Por ejemplo, este mismo tipo de "evolución" han experimentado las pantallas. Además, al fijar el norte en el mapa (en este caso arriba), podemos saber dónde está sin necesidad de preguntárnoslo en cada momento.
De pequeños disfrutábamos de pararnos de cabeza y ver el mundo al revés. Hoy en día, el norte es sinónimo de objetivo y está identificado con el primer mundo, lo mejor y deseable. Todo esto es consecuencia de un razonamiento posterior, porque en el mundo que heredó Mercator solo existía una frontera. Un mundo conocido, identificado, seguro y bajo control.
De vez en cuando, siempre es refrescante un cambio de perspectiva.
